¿Qué hay de nosotros? Parte 1

miércoles, diciembre 15, 2021

Lo que tiene pinta de ser una aburrida graduación se ve interrumpida por un grupo de alumnos que quieren alzar su voz ante ciertas injusticias cometidas contra ellos.



Primera Parte

La graduación había comenzado. El director, un hombre bajito trajeado y de dientes amarillos como el trigo, se encontraba frente al atril pidiendo silencio. Poco a poco, el murmullo general que inundaba cada rincón del amplio y elegante auditorio fue disminuyendo hasta que sólo se escuchó la voz rasgada y profunda del señor Prudencio. Como podrás imaginar, ese nombre tan solo le había traído disgustos en forma de burlas poco originales; sin embargo, el señor Prudencio había conseguido abrirse paso en el ámbito educativo a base de su famosa personalidad decidida y tajante. Corría el rumor de que, en una ocasión, los padres de un estudiante recibieron una carta elegantemente escrita a mano por el director donde les instaban a llevar a su hijo a un oculista por su grave falta de visión. ¿El suceso ocurrido? Un pequeño choque entre el chaval y el señor Prudencio, fruto de las prisas por llegar a tiempo a clase de Historia.

—¡Silencio! —gritó por última vez el señor Prudencio. Frente a él había desplegado una hoja de papel con el discurso que estaba a punto de pronunciar, y que se había pasado horas y horas redactando en su despacho. Ni siquiera las súplicas de sus hijos de que jugasen con él ni de su mujer reprochándole algo de ayuda con las tareas del hogar habían conseguido distraer al señor Prudencio del quehacer tan importante que tenía. Alisó la hoja de papel, y carraspeó:

—Gracias por su atención. Bienvenidos, padres, abuelos, familiares y, sobre todo, queridos alumnos. Doy por comenzada la ceremonia. Como sabéis, estamos aquí para celebrar la graduación de nuestros queridos estudiantes pertenecientes a la promoción 2017-2018, los cuales han llegado hasta aquí no sin esfuerzo, dedicación y unas ganas insaciables por aprender y superarse a sí…

Sarah dejó de prestar atención a los tres segundos. No le interesaba nada la verborrea que el viejo director tuviese que darles; no, ella estaba repasando mentalmente el plan que debían llevar a cabo en unos minutos. Miró a su izquierda, y Cristina le guiñó un ojo. Unas filas de asientos más adelante, Alex, Roberto y Pilar giraron la cabeza en su dirección, asintiendo para darle ánimos. Miró a su derecha, donde cinco asientos más allá tendría que haberse sentado Lucas. Como era de esperar, estaba vacío. Bien, eso era buena señal.

El señor Prudencio continuaba hablando a la masa de estudiantes y familiares, sin percatarse de que la inmensa mayoría ignoraba sus palabras; algunos se retocaban el maquillaje en pequeños espejos de mano, mientras que otros buscaban a sus padres con la mirada. En el escenario, sentados detrás del director se encontraban el resto de profesores, que se sentían en la obligación de fingir interés al encontrarse de cara a sus estudiantes.

—… licenciada en letras, me ha pedido amablemente que le conceda unos segundos para dedicarle unas palabras a sus queridos alumnos. Señorita Matilde Sánchez, el micrófono es todo suyo.

La profesora Matilde, de lengua castellana y literatura, se levantó al escuchar su nombre. Alta y con unas gafas de pasta que le agrandaban tanto los ojos que parecía un halcón en busca de su presa, la profesora Matilde avanzó hasta el atril. Sarah la examinó de arriba abajo: aparentaba tranquilidad, pero una mirada avispada descubriría que la mano derecha agarraba su largo vestido, en un intento de frenar el tembleque. La profesora Matilde habló con voz aguda sobre la importancia de la educación, y cómo las letras eran capaces de cambiarle la vida a mucha gente. Ella era una de aquellas personas:

—… puesto que gracias a la literatura, los libros y el teatro supe encontrarme a mí misma. Podría afirmar con rotundidad y categóricamente que si no hubiese sido por historias como la de Dante, o textos como los de Shakespeare y García Lorca, hoy en día yo no estaría aquí delante de todos vosotros — la profesora Matilde se secó una gota de sudor que le caía por la sien. Se estaba acercando el momento —. Por esta razón, tanto yo como varios colegas míos consideramos intolerable que el señor Prudencio haya decidido prescindir de la compañía de teatro.

Sarah se frotó la palma de las manos contra los vaqueros, secándose el sudor. ¿Seguro que era una buena idea? ¿Y si salía mal? Lucas seguía sin aparecer; al menos, esa parte del plan estaba funcionando.

—Hace un par de semanas —continuó la profesora Matilde—, nos llegó un comunicado sorpresa al correo. En él se establecía el cese de “Teatro por el Arte”, la actividad que tanto el profesor Juan Ramón como yo misma llevamos más de siete años dirigiendo.

El chepudo profesor Juan Ramón, sentado en una de las esquinas de la fila de butacas, asintió con dignidad. El ceño del señor Prudencio, por el contrario, comenzó a hacerse cada vez más pronunciado: esto no entraba dentro de sus planes. ¿Cómo se atrevía semejante arpía miope a cuestionar sus decisiones en un día tan destacado para el colegio?

—Por eso, nos gustaría pediros tan solo cinco minutos de vuestra atención. Señor Prudencio —la profesora Matilde se giró para mirar al director a los ojos—, usted ni siquiera nos consultó su firme decisión de vetar la actividad teatral. Nos gustaría devolverle la jugada como mejor sabemos hacer: creando arte.

FUSH. En ese preciso momento, el auditorio quedó a oscuras, como si una imprevista noche hubiese inundado el cielo. En algún lugar de la sala técnica desde donde se manejaban las luces y el sonido, Lucas debió de haber bajado un interruptor, provocando el apagón. Un murmullo general inundó la estancia, pero Sarah ya estaba preparada. Tras conseguir abrirse paso a base de pisotones, se colocó en su posición justo en medio del pasillo central, de modo que estaba cara a cara con el señor Prudencio a varios metros de distancia. Alguien (Carla, supuso) pasó por su lado y le colocó un micrófono en la mano. Perfecto, ya estaba lista para empezar.

A lo lejos, en medio de la oscuridad, el señor Prudencio estaba pegando gritos a un ente invisible para que arreglase semejante desastre. La vena de su prominente frente se marcaba más que nunca, fruto de la ira que le embargaba. Lo que no sabía era que todos sus colegas estaban sonriendo, disfrutando de verle tan alterado.

Un foco cenital formó un halo de luz alrededor de Sarah, deslumbrándola. Todas las miradas se posaron en ella, incluida la del director, cuyos diminutos ojos podrían haberla pulverizado de haber tenido poderes. Sarah aferró el micrófono con firmeza y lo apuntó en dirección al techo, pero no fue capaz de ocultar el tembleque de la mano. En ese momento, Lucas apretó un botón y las primeras notas musicales comenzaron a sonar, transportándola a un lugar seguro donde ella tenía el control, a una habitación infantil donde decenas de peluches esperaban impacientes en la cama a que comenzase el concierto de Sarah Arrubal, la artista del momento. Los nervios desaparecieron, sustituidos por una implacable firmeza. ¿Querían dejar el colegio sin arte? Pues se iban a enterar…

—«We are searchlights, we can see in the dark» —la voz de Sarah tembló al principio, provocando que las primeras notas estuviesen desafinadas—. «We are rockets pointed up at the stars»ya había encontrado el tono. Con el despiste inicial, olvidó seguir la pequeña coreografía que se había montado. Apuntó la mano que no sostenía el micrófono hacia el techo, como si de una nave espacial despegando se tratase, y la fue bajando hasta tocarse el corazón mientras continuaba— «We are billions of beautiful hearts, and you sold us down the river too far» —con este último verso señaló al señor Prudencio a la vez que clavaba los ojos en él, desafiante.

En el auditorio se había formado un silencio sepulcral. Padres, madres, abuelos y estudiantes, todos tenían su atención puesta en Sarah, la chica bajita, regordeta y con el pelo rubio recogido en una coleta que hasta entonces había pasado desapercibida. Tenía un aura especial que embelesaba a todo aquel que la mirase.

—«What about us? What about all the times you said you had the answers?» —la instrumental aumentó de volumen al alcanzar el estribillo. Sarah comenzó a caminar, la luz cenital siguiendo sus pasos como si de su sombra se tratara. Sus ojos continuaban fijos en el señor Prudencio. Se la estaba cantando directamente a él:—  «What about us? What about all the broken happy ever afters? What about us? What about all the plans that ended in disaster?» —sus agudos inundaban el auditorio. Incluso los vellos de los brazos de todo aquel que la escuchaba se enderezaban, buscando aquella voz angelical que sentenciaba: — «What about love? What about trust? What about us?».

Dos luces se encendieron en el escenario hasta entonces oscuro, alumbrando a una pareja de niños que vestían la misma ropa: mallas negras y camiseta fucsia. Al son de las notas, comenzaron a bailar con una sincronización propia de adultos profesionales; era como si hubiesen colocado un espejo entre ellos, de manera que lo que hacía uno lo imitaba a la perfección el otro. 

La cara del señor Prudencio quedó a la vista de todo el auditorio. Sus ojos desprendían una cólera imposible de borrar, pero se obligó a sí mismo a adoptar una postura de desinterés, como si nada de aquello tuviese que ver con él. No podía mostrarse vulnerable, lo que le faltaba ya…

—«We are problems that want to be solved» —continuó Sarah, sin apartar los ojos del director. Dani y Jorge, los dos pequeños bailarines, lo estaban bordando: todas las miradas se habían posado en ellos. Aquellas estrofas, ya de por sí, calaban muy hondo, pero su efecto se multiplicaba con los movimientos acompasados de los niños:— «We are children that need to be loved» —Dani y Jorge se abrazaron a sí mismos al tiempo que Sarah caminaba hacia el escenario.

—«We were willing, we came when you called» — Aquellas palabras fueron el resorte para que todos los alumnos y alumnas de Teatro por el Arte entrasen en acción. Estaban esparcidos por el auditorio, sentados en sus asientos o camuflados como acompañantes, pero en cuanto Sarah pronunció ese verso se pusieron en pie y señalaron con el índice derecho al señor Prudencio —, «but men you fouled us. Enough is enough!» —corearon todos al unísono, gritando. 

Había una exaltación generalizada; nadie se había atrevido nunca a cuestionar la autoridad del director. 

Nadie.

Hasta ahora.


(Continúa enhttps://oliverpickles7.blogspot.com/2021/12/que-hay-de-nosotros-parte-2.html)


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