"De bueno eres tonto"
“De
bueno a veces eres tonto”. ¿Cuántas veces hemos escuchado esa frase de mierda?
¿Cuántas veces nos la hemos dicho a nosotrxs mismxs? ¿Cuántas veces hemos
sentido miedo antes de hacer algo bueno por si acaso se volvía en nuestra
contra? Demasiadas. Y ya es una frase que ha pasado a convertirse en expresión;
la damos por hecho sin pararnos a reflexionar en lo que significa.
“De bueno eres tonto”. O sea que,
por ser buena persona, eres alguien tonto, ¿no? Y una mierda. La bondad nunca
puede ser un defecto. Me niego a aceptarlo. Todos hemos dicho esta frase alguna
vez, y en la gran mayoría de ocasiones en un contexto en el que, por haber sido
buena persona o haber realizado un acto considerado bondadoso, se han
aprovechado de ti. Y ahí es cuando entra el: “es que de bueno soy tonto”. No,
perdona, tonta es la otra persona que ha decidido aprovecharse de una cualidad
que hoy en día escasea por todos lados. La tonta no eres tú, que no te mientan.
No caigas en la trampa.
Pareciera como si nos quisiesen
hacer pensar que ser bondadoso solo trae cosas malas, consiguiendo así que la
desconfianza y la crueldad vayan poco a poco dominando la psique humana. Ana
Milán dice que la bondad es el mejor superpoder que existe. Y estoy de acuerdo.
La definición de superpoder es una cualidad o habilidad excepcional que ningún
otro ser humano posee. La bondad es una pulsión que reverbera en lo más
profundo de ti, y que nos han enseñado a despreciar, a controlar. A no fiarnos
de ella.
Por favor, dejemos de decir que a
veces ser bueno es sinónimo de ser estúpido. Nos están enseñando a ver una
cualidad magnífica como una debilidad, algo que debemos frenar y de lo que
debemos tener mucho cuidado. Porque si eres demasiado bueno, eres tonto.
¿Cuál es el problema, bajo mi punto
de vista? Que esa idea está impregnada de miedos e inseguridades, sobre todo
del temor a ser ingenuo. Pero, ¿qué es la ingenuidad sino mera curiosidad?
Vivimos en una sociedad en la que tenemos que saberlo todo, que entenderlo
todo, que tomar las decisiones correctas sin dejar margen a equivocarnos. Porque
eso se está convirtiendo en una normalidad impuesta, en un ideal imposible de
alcanzar.
¿Cuántas veces nos han hecho sentir
mal por haber sido buenas personas? ¿Cuántas veces, tras haberse aprovechado de
nosotros, hemos pensado: “no vuelvo a caer en la trampa”? Muchas. Demasiadas.
Tantas que, llegado un punto, la desconfianza se apodera de nosotros y
reprimimos esa parte bondadosa para protegernos. El problema es que, en el
preciso instante en que decidimos dejar a un lado la bondad para sustituirla
por recelo, ahí sí hemos caído en la trampa.
Para mí, ser bondadoso es ver el
alma de los demás, saber apreciarla y quererla. Es esa ingenuidad, esa
curiosidad que nace del no saber cosas. Es ser vulnerable y no tener miedo de
serlo. Es confiar. Y si advierto que alguien me puede hacer daño usando mi
bondad contra mí mismo, me cuido y me protejo, pero no me esfuerzo por
adelantarme y ser más listo que el otro. No. No quiero construir mi vida
alrededor de la anticipación, del intentar controlarlo todo y de ponerme
escudos para que nadie pueda hacerme daño. No quiero ser el mejor, ni ir por
delante de nadie. No quiero desconfiar. Quiero ser bueno sin tener miedo de
serlo. Sin que me tachen de tonto.
Porque de bueno no se es tonto. Se
es humano.