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Oliver Pickles

Jorge Luis Borges decía: «El verbo "leer", como el verbo "amar" y el verbo "soñar", no soporta el modo imperativo». Así que si quieres, y solo si quieres, te invito a adentrarte en las historias que escribe este chaval apasionado de la lectura.

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    Segunda Parte

    La situación en el escenario era muy distinta a lo que se vivía en el patio de butacas. La mayoría de los profesores no estaban al corriente de la pequeña argucia que los alumnos de teatro junto con la profesora Matilde y el profesor Juan Ramón habían preparado, pero casi todos la recibieron con aplausos y sonrisas. Ya era hora de que alguien pusiese al señor Prudencio en su sitio. El problema era que, si ellos mismos se enfrentaban a él, corrían el muy probable riesgo de ser despedidos y acabar en la calle sin nada más que una patada en el trasero y la promesa de no trabajar nunca más. Por eso lo que estaban presenciando era como un regalo caído del cielo: los estudiantes no tenían mucho que perder (sus padres pagaban una generosa cantidad de dinero para educar a sus criaturas en el prestigioso Rentalis, «un colegio para alumnos brillantes y descollantes»), por lo que era perfecto que ellos mismos le plantasen cara al viejo director.

    Sarah se sentía flotar. Respaldada por todos sus compañeros, le estaba escupiendo la canción en la cara al mismísimo señor Prudencio, algo que unas horas antes dudaba que fuese capaz de hacer. Y el viejo no encontraba escapatoria: tenía que escucharlos.

    —«What about us? What about all the times you said you had the answers?».

    A Dani y Jorge se le sumaron siete personas más, que salieron por las entre cajas y se esparcieron por todo el escenario y patio de butacas, uniéndose a los movimientos potentes y enérgicos de los dos pequeños bailarines. Sarah continuaba mirando al señor Prudencio, sujetando el micrófono con una firmeza implacable.

    —«What about us? What about all the broken happy ever afters? What about us? What about all the plans that ended in disaster?» — los bailarines se apiñaron alrededor de la mesa donde estaba sentado el señor Prudencio y se tiraron al suelo, al son de la música. La cara del director estaba rígida, tensa como una sábana recién estirada, fruto del inmenso esfuerzo que debía hacer para contener su enfado.

    Sarah, por su parte, estaba ya a escasos metros del escenario. De un salto se encaramó a la tarima (lo había ensayado mil veces en su casa, saltando del suelo a la cama) y aterrizó los pies justo en el borde, doblando las rodillas para mantener el equilibrio.

    —«What about love?» —Sarah se puso en pie, cara a cara con el señor Prudencio. Todo a su alrededor cesó de golpe: los bailarines se quedaron inmóviles, el resto de luces se difuminaron y un solo foco cenital se mantuvo iluminándola a ella. Aquellas tres preguntas eran clave, y tenían que sobresalir por encima de todo lo demás— «What about trust? What about us?».

    Los ojos de Sarah se incendiaron con fuego mientras le preguntaba al señor Prudencio «¿Y qué hay de nosotros?», a la vez que extendía el brazo señalando a todos sus compañeros de teatro. Los había repudiado, los había despreciado desde el momento en que se había adueñado del colegio apenas un año atrás. Y ahora pensaba salirse con la suya, alegando que “las artes no forman parte de la educación básica y esencial de nuestros estudiantes, puesto que no tienen una base científica que las apoye”. Ya, claro.

    Lo que el señor Prudencio no entendía era que las clases extraescolares de teatro suponían un refugio para todo aquel alumno que no entraba en el orden establecido por la sociedad estudiantil, dominada por unos cuantos gorilas cis-heterosexuales. Las personas muy gordas, muy delgadas, muy mariquitas, muy machorras; las personas frikis, que vestían ropas diferentes y se maquillaban alejándose de lo normativo, o incluso aquellas que simplemente amaban el arte, todas encontraban un refugio seguro en aquel escenario. Ahí podían ser ellas mismas, sin miedo a miradas prejuiciosas o comentarios hirientes. Ahí podían bailar, cantar, actuar, disfrazarse. Sentir, vivir. Ser.

    ¿Y el señor Prudencio pretendía quitarles todo eso? Pues no pensaban quedarse callados.

    Ya no.

    La instrumental alcanzó su punto más álgido, y todos y cada uno de los estudiantes de Teatro por el Arte comenzaron la coreografía. Sarah continuaba frente al director, pero el resto de bailarines se habían colocado estratégicamente esparcidos por todo el auditorio. Jorge y Dani miraban fijamente al profesor Vicente, quien les había amonestado por jugar con el maquillaje de las niñas en el recreo en varias ocasiones; Cristina se encontraba frente a Álvaro, el chico que no paraba de insultarla por su talla. Alex estaba colocado delante de la sección derecha de las butacas, donde se encontraba 2ºB, la clase que en Halloween se había pintado de negro con la excusa de disfrazarse de la familia de Alex, que era africana. Pilar y Roberto se situaron en sendas esquinas del escenario, a la vista de todo el mundo: la primera, con traje y corbata; el segundo, con un vestido esmeralda y tacones a juego.

    Y así, todos y cada uno de los integrantes de Teatro por el Arte se colocaron frente a aquella persona o personas que alguna vez les había repudiado por, simplemente, ser: estudiantes, compañeros de clase, profesores o incluso familiares. Mirándolos de frente y a los ojos, realizando una coreografía que simbolizaba el dolor y las dudas provocadas. Lo habían intentado exteriorizar mediante acciones o palabras  («No estoy bien», «¿Por qué no puedo vestirme como me dé la gana?», «A los de mi clase les caigo mal…») pero no habían sido escuchados. Tan solo les quedaba aquello que el señor Prudencio aseguraba “no tener base científica”, pero que poseía algo mucho más importante: verdad.

     —«What about us? What about all the plans that ended in disaster?» —preguntaba Sarah, de pie ante el señor Prudencio. Ella era la encargada de representar a todos sus compañeros de teatro con su voz, enfrentándose a la personificación de todo aquel rechazo: un hombre bajito trajeado, de dientes amarillos como el trigo. 

    —«What about love? What about trust? What about us?» —cantaron todos los estudiantes al unísono, sin dejar de mirar a la persona que tenían enfrente.

    Sarah se giró y por primera vez desvió la mirada del señor Prudencio, dándole la espalda. Con sus ojos barriendo todo el patio de butacas, volvió a alzar el micrófono y se dirigió al auditorio.

    —«Stick and stones they may break these bones but then I’ll be ready. Are you ready?» —Sarah se había colocado en el centro del escenario, con Pilar a su derecha y Roberto a su izquierda. Poco a poco, siguiendo el beat de la música, los componentes de Teatro por el Arte se fueron acercando al tiempo que Sarah continuaba— «It’s the start of us, waking up. C’mon. Are you ready?» —preguntó, mirando a un lado y a otro.

    —«I’ll be ready» —la respondieron sus amigos, asintiendo con la cabeza y sonriendo.

    —«We don’t want control, we want to let go!» —exclamó Sarah, con un agudo desgarrador. Esa parte de la letra la habían modificado ligeramente, para convertirlo en un plural y que tuviese más sentido en aquel momento (“P!NK, esperamos que lo comprendas” pensaron). 

    Todos los estudiantes se habían apiñado alrededor de la cantante, algunos acompañándola en el escenario y otros a sus pies en el patio de butacas. Pero formando un grupo, unido.

    —«’Cause now it’s time to let them know…» —en aquel preciso instante, los alumnos se agacharon y un foco iluminó de frente a Sarah, de forma que ella era el único punto visible en todo el auditorio. Cogió aire, cerró los ojos y justo cuando se produjo el silencio en la instrumental, bramó con todas sus fuerzas: — «What about us?».

    Mientras los bailarines saltaban y brincaban en el escenario al son de la coreografía y el coro continuaba con la canción, Sarah encontró los ojos de Lucas allá arriba, tras el cristal donde se escondía la sala de luces y sonido. Esos ojos marrones fueron los únicos que confiaron en ella desde el primer momento, cuando ni siquiera la propia Sarah estaba segura de poder cantar en público. Y allí estaban ahora, ella cumpliendo un sueño, el apoyándola como siempre había hecho. Una sonrisa dibujó el rostro de la niña. “Gracias”.

    —«What about us? What about all the times you said you had the answers? So, what about us? What about all the broken happy ever afters? Oh, what about us? What about all the plans that ended in disaster?» —entonaba Teatro por el Arte, lanzando un grito al aire que tardaría mucho tiempo en olvidarse— «What about love? What about trust? What about us?».

    Sarah apartó la mirada de Lucas y la dirigió al señor Prudencio, que en ese momento se encontraba a sus espaldas aferrando la hoja de papel con el discurso escrito. De la presión que su mano ejercía, la hoja estaba arrugada. Al darse cuenta, la soltó de inmediato y la intentó alisar, pero para entonces Sarah ya se encontraba a apenas un palmo de su cara, lo que le obligó a alzar la mirada.

    —«What about us? What about us?» —la voz de la insolente chica seguía emitiéndose por los altavoces, pero el señor Prudencio podía escucharla sin amplificadores de por medio. Por mucho que odiase admitirlo, era una voz que te invadía el corazón. —«What about us? What about us?».

    Todos los componentes de Teatro por el Arte, incluidos el profesor Juan Ramón y la profesora Matilde, formaron un grupo con Sarah en medio. Se dieron la mano y las alzaron al cielo, proclamando por última vez a una:

    —«What about us?».

    El silencio se hizo ensordecedor. Tan solo se oían las respiraciones agitadas de los bailarines.

    Tras unos segundos más, un tímido aplauso sonó en algún lugar del patio de butacas. A este le siguió otro aplauso. Otro más, y otro, hasta que el auditorio entero prorrumpió en vítores y silbidos. Todos los profesores, estudiantes y familiares se habían puesto en pie, uniéndose al aplauso colectivo, y los componentes de Teatro por el Arte se vieron rodeados de gente que les ovacionaba por primera vez en mucho tiempo, celebrando su talento. Sarah se secó una lágrima que caía solitaria por su mejilla.

    Los aplausos continuaron mientras los componentes de Teatro por el Arte volvían a sus posiciones iniciales, bien en las butacas o camuflados como acompañantes. Pero el cambio era evidente: antes pasaban desapercibidos, ahora todos los miraban fascinados por lo que acababan de hacer.

    El señor Prudencio permaneció inmóvil. Fue el único que no aplaudió, ni vitoreó; tan solo continuó alisando la hoja de papel que contenía el discurso escrito, como si fuese el único quehacer importante de su vida.

    FIN


    Canción: P!NK. (2017). What About Us [Canción]. En Beautiful Trauma. RCA Records.

    https://www.youtube.com/watch?v=ClU3fctbGls



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    Lo que tiene pinta de ser una aburrida graduación se ve interrumpida por un grupo de alumnos que quieren alzar su voz ante ciertas injusticias cometidas contra ellos.



    Primera Parte

    La graduación había comenzado. El director, un hombre bajito trajeado y de dientes amarillos como el trigo, se encontraba frente al atril pidiendo silencio. Poco a poco, el murmullo general que inundaba cada rincón del amplio y elegante auditorio fue disminuyendo hasta que sólo se escuchó la voz rasgada y profunda del señor Prudencio. Como podrás imaginar, ese nombre tan solo le había traído disgustos en forma de burlas poco originales; sin embargo, el señor Prudencio había conseguido abrirse paso en el ámbito educativo a base de su famosa personalidad decidida y tajante. Corría el rumor de que, en una ocasión, los padres de un estudiante recibieron una carta elegantemente escrita a mano por el director donde les instaban a llevar a su hijo a un oculista por su grave falta de visión. ¿El suceso ocurrido? Un pequeño choque entre el chaval y el señor Prudencio, fruto de las prisas por llegar a tiempo a clase de Historia.

    —¡Silencio! —gritó por última vez el señor Prudencio. Frente a él había desplegado una hoja de papel con el discurso que estaba a punto de pronunciar, y que se había pasado horas y horas redactando en su despacho. Ni siquiera las súplicas de sus hijos de que jugasen con él ni de su mujer reprochándole algo de ayuda con las tareas del hogar habían conseguido distraer al señor Prudencio del quehacer tan importante que tenía. Alisó la hoja de papel, y carraspeó:

    —Gracias por su atención. Bienvenidos, padres, abuelos, familiares y, sobre todo, queridos alumnos. Doy por comenzada la ceremonia. Como sabéis, estamos aquí para celebrar la graduación de nuestros queridos estudiantes pertenecientes a la promoción 2017-2018, los cuales han llegado hasta aquí no sin esfuerzo, dedicación y unas ganas insaciables por aprender y superarse a sí…

    Sarah dejó de prestar atención a los tres segundos. No le interesaba nada la verborrea que el viejo director tuviese que darles; no, ella estaba repasando mentalmente el plan que debían llevar a cabo en unos minutos. Miró a su izquierda, y Cristina le guiñó un ojo. Unas filas de asientos más adelante, Alex, Roberto y Pilar giraron la cabeza en su dirección, asintiendo para darle ánimos. Miró a su derecha, donde cinco asientos más allá tendría que haberse sentado Lucas. Como era de esperar, estaba vacío. Bien, eso era buena señal.

    El señor Prudencio continuaba hablando a la masa de estudiantes y familiares, sin percatarse de que la inmensa mayoría ignoraba sus palabras; algunos se retocaban el maquillaje en pequeños espejos de mano, mientras que otros buscaban a sus padres con la mirada. En el escenario, sentados detrás del director se encontraban el resto de profesores, que se sentían en la obligación de fingir interés al encontrarse de cara a sus estudiantes.

    —… licenciada en letras, me ha pedido amablemente que le conceda unos segundos para dedicarle unas palabras a sus queridos alumnos. Señorita Matilde Sánchez, el micrófono es todo suyo.

    La profesora Matilde, de lengua castellana y literatura, se levantó al escuchar su nombre. Alta y con unas gafas de pasta que le agrandaban tanto los ojos que parecía un halcón en busca de su presa, la profesora Matilde avanzó hasta el atril. Sarah la examinó de arriba abajo: aparentaba tranquilidad, pero una mirada avispada descubriría que la mano derecha agarraba su largo vestido, en un intento de frenar el tembleque. La profesora Matilde habló con voz aguda sobre la importancia de la educación, y cómo las letras eran capaces de cambiarle la vida a mucha gente. Ella era una de aquellas personas:

    —… puesto que gracias a la literatura, los libros y el teatro supe encontrarme a mí misma. Podría afirmar con rotundidad y categóricamente que si no hubiese sido por historias como la de Dante, o textos como los de Shakespeare y García Lorca, hoy en día yo no estaría aquí delante de todos vosotros — la profesora Matilde se secó una gota de sudor que le caía por la sien. Se estaba acercando el momento —. Por esta razón, tanto yo como varios colegas míos consideramos intolerable que el señor Prudencio haya decidido prescindir de la compañía de teatro.

    Sarah se frotó la palma de las manos contra los vaqueros, secándose el sudor. ¿Seguro que era una buena idea? ¿Y si salía mal? Lucas seguía sin aparecer; al menos, esa parte del plan estaba funcionando.

    —Hace un par de semanas —continuó la profesora Matilde—, nos llegó un comunicado sorpresa al correo. En él se establecía el cese de “Teatro por el Arte”, la actividad que tanto el profesor Juan Ramón como yo misma llevamos más de siete años dirigiendo.

    El chepudo profesor Juan Ramón, sentado en una de las esquinas de la fila de butacas, asintió con dignidad. El ceño del señor Prudencio, por el contrario, comenzó a hacerse cada vez más pronunciado: esto no entraba dentro de sus planes. ¿Cómo se atrevía semejante arpía miope a cuestionar sus decisiones en un día tan destacado para el colegio?

    —Por eso, nos gustaría pediros tan solo cinco minutos de vuestra atención. Señor Prudencio —la profesora Matilde se giró para mirar al director a los ojos—, usted ni siquiera nos consultó su firme decisión de vetar la actividad teatral. Nos gustaría devolverle la jugada como mejor sabemos hacer: creando arte.

    FUSH. En ese preciso momento, el auditorio quedó a oscuras, como si una imprevista noche hubiese inundado el cielo. En algún lugar de la sala técnica desde donde se manejaban las luces y el sonido, Lucas debió de haber bajado un interruptor, provocando el apagón. Un murmullo general inundó la estancia, pero Sarah ya estaba preparada. Tras conseguir abrirse paso a base de pisotones, se colocó en su posición justo en medio del pasillo central, de modo que estaba cara a cara con el señor Prudencio a varios metros de distancia. Alguien (Carla, supuso) pasó por su lado y le colocó un micrófono en la mano. Perfecto, ya estaba lista para empezar.

    A lo lejos, en medio de la oscuridad, el señor Prudencio estaba pegando gritos a un ente invisible para que arreglase semejante desastre. La vena de su prominente frente se marcaba más que nunca, fruto de la ira que le embargaba. Lo que no sabía era que todos sus colegas estaban sonriendo, disfrutando de verle tan alterado.

    Un foco cenital formó un halo de luz alrededor de Sarah, deslumbrándola. Todas las miradas se posaron en ella, incluida la del director, cuyos diminutos ojos podrían haberla pulverizado de haber tenido poderes. Sarah aferró el micrófono con firmeza y lo apuntó en dirección al techo, pero no fue capaz de ocultar el tembleque de la mano. En ese momento, Lucas apretó un botón y las primeras notas musicales comenzaron a sonar, transportándola a un lugar seguro donde ella tenía el control, a una habitación infantil donde decenas de peluches esperaban impacientes en la cama a que comenzase el concierto de Sarah Arrubal, la artista del momento. Los nervios desaparecieron, sustituidos por una implacable firmeza. ¿Querían dejar el colegio sin arte? Pues se iban a enterar…

    —«We are searchlights, we can see in the dark» —la voz de Sarah tembló al principio, provocando que las primeras notas estuviesen desafinadas—. «We are rockets pointed up at the stars» —ya había encontrado el tono. Con el despiste inicial, olvidó seguir la pequeña coreografía que se había montado. Apuntó la mano que no sostenía el micrófono hacia el techo, como si de una nave espacial despegando se tratase, y la fue bajando hasta tocarse el corazón mientras continuaba— «We are billions of beautiful hearts, and you sold us down the river too far» —con este último verso señaló al señor Prudencio a la vez que clavaba los ojos en él, desafiante.

    En el auditorio se había formado un silencio sepulcral. Padres, madres, abuelos y estudiantes, todos tenían su atención puesta en Sarah, la chica bajita, regordeta y con el pelo rubio recogido en una coleta que hasta entonces había pasado desapercibida. Tenía un aura especial que embelesaba a todo aquel que la mirase.

    —«What about us? What about all the times you said you had the answers?» —la instrumental aumentó de volumen al alcanzar el estribillo. Sarah comenzó a caminar, la luz cenital siguiendo sus pasos como si de su sombra se tratara. Sus ojos continuaban fijos en el señor Prudencio. Se la estaba cantando directamente a él:—  «What about us? What about all the broken happy ever afters? What about us? What about all the plans that ended in disaster?» —sus agudos inundaban el auditorio. Incluso los vellos de los brazos de todo aquel que la escuchaba se enderezaban, buscando aquella voz angelical que sentenciaba: — «What about love? What about trust? What about us?».

    Dos luces se encendieron en el escenario hasta entonces oscuro, alumbrando a una pareja de niños que vestían la misma ropa: mallas negras y camiseta fucsia. Al son de las notas, comenzaron a bailar con una sincronización propia de adultos profesionales; era como si hubiesen colocado un espejo entre ellos, de manera que lo que hacía uno lo imitaba a la perfección el otro. 

    La cara del señor Prudencio quedó a la vista de todo el auditorio. Sus ojos desprendían una cólera imposible de borrar, pero se obligó a sí mismo a adoptar una postura de desinterés, como si nada de aquello tuviese que ver con él. No podía mostrarse vulnerable, lo que le faltaba ya…

    —«We are problems that want to be solved» —continuó Sarah, sin apartar los ojos del director. Dani y Jorge, los dos pequeños bailarines, lo estaban bordando: todas las miradas se habían posado en ellos. Aquellas estrofas, ya de por sí, calaban muy hondo, pero su efecto se multiplicaba con los movimientos acompasados de los niños:— «We are children that need to be loved» —Dani y Jorge se abrazaron a sí mismos al tiempo que Sarah caminaba hacia el escenario.

    —«We were willing, we came when you called» — Aquellas palabras fueron el resorte para que todos los alumnos y alumnas de Teatro por el Arte entrasen en acción. Estaban esparcidos por el auditorio, sentados en sus asientos o camuflados como acompañantes, pero en cuanto Sarah pronunció ese verso se pusieron en pie y señalaron con el índice derecho al señor Prudencio —, «but men you fouled us. Enough is enough!» —corearon todos al unísono, gritando. 

    Había una exaltación generalizada; nadie se había atrevido nunca a cuestionar la autoridad del director. 

    Nadie.

    Hasta ahora.


    (Continúa en: https://oliverpickles7.blogspot.com/2021/12/que-hay-de-nosotros-parte-2.html)


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    ¡Hola a todxs!



    Antes de nada, darte las gracias inmensas por dedicar tu tiempo en pasarte por este modesto blog y leer las locuras que se me ocurren.

    Os escribe desde el ordenador de su casa un chico de 22 años de pelo negro y gafas de pasta gruesa. Desde bien pequeño me ha apasionado leer, y cualquiera que me conozca sabe que no salgo de casa sin un libro bajo el brazo. Mi habitación está llena de novelas; es como una biblioteca de mundos, donde cada vez que abres un libro te metes de lleno en un universo enteramente tuyo.

    Hace poco encontré una frase de Mario Vargas Llosa que resume a la perfección mi sentimiento hacia la lectura: "Una de las cosas más importantes que me ha pasado en la vida ha sido aprender a leer". Me fascinan las historias fantásticas (Harry Potter, El Señor de los Anillos, Memorias de Idhún, Mentes Poderosas), las distopías (Los Juegos del Hambre, Divergente, El Corredor del Laberinto), cualquier historia de terror (Stephen King me parece el maestro), los thrillers e historias de suspense (Reina Roja, El Código DaVinci, La verdad sobre el caso Harry Quebert) y algunas novelas de detectives (Ágatha Christie y Robert Galbraith). También soy muy fan de las historias y cuentos infantiles, como El Cerdito de Navidad, Alicia en el país de las maravillas y cualquier cosa que salga de la mente de Charles Dickens, al que actualmente estoy descubriendo.

    Nunca me había planteado sentarme a escribir. Es cierto que siempre me ha gustado, y cada vez que en el colegio nos mandaban alguna tarea de redactar la disfrutaba enormemente, aunque me daba una vergüenza terrible compartirlo con los demás. No fue hasta hace poco cuando, al terminar mi carrera de Comunicación Audiovisual, tuve que enfrentarme al famoso y temido Trabajo de Fin de Grado. De entre varias opciones que nos presentaban —grabar un corto, escribir un guion, hacer un trabajo de investigación o crear tu propio videoclip musical— escogí la opción que imagino todos estaréis pensando. 

    Durante diez meses estuve creando y modelando una historia que culminaría en un guion de 90 páginas del que me siento tremendamente orgulloso. Algo debí hacer bien, porque el tribunal me otorgó matrícula de honor y me animaron a seguir escribiendo, lo cual fue el corcho que destapó la botella de champán.

    Desde entonces la idea de escribir me ha rondado la cabeza constantemente. Y aquí estoy, creando mi primer blog y exponiendo las fantasías que mi loca cabeza imagina. Esto no va a ser un blog diario ni tan siquiera semanal (de momento), sino que será una plataforma para ir subiendo los relatos que, de vez en cuando, escribo por placer. Actualmente estoy desarrollando una idea que ojalá llegue a más y pueda convertirse en un libro publicado (nada me haría más ilusión), pero hasta entonces quiero ir probando, ensayando, experimentando y testeando la escritura creativa. 

    Vosotrxs vais a ser mi primer público. Así que espero de todo corazón que aquello que leáis lo disfrutéis y, tal vez, os llegue un poquito adentro. 

    Gracias por darme una oportunidad.

    Oliver


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    Oliver Pickles Escritor novel ¦ Lector veterano

    Aunque mi nombre no es Oliver Pickles, me parece un pseudónimo tan gracioso que, con vuestro permiso, voy a usar para firmar todo aquello que escriba.

    Soy un chaval de 22 años apasionado de la lectura, y recién estrenado en la escritura.

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