Marcos y Bobby (Parte 3): Un nuevo empezar

viernes, enero 07, 2022

 


Un nuevo empezar


—¡¿Qué coño quieres, hostia?! —Marcos abrió la puerta de golpe.

En el rellano se encontró a una chica alta y regordeta, que iba abrigada con anorak y un gorro de lana amarillo. En una de las manos sujetaba una correa, en cuyo extremo se encontraba Lulú; en la otra, apretaba una manta contra su cuerpo.

—Hola, Marcos —Kate le sonrió con ternura—. ¿Qué tal estás?

—Bueno… —a Marcos le pilló tan de sorpresa que no supo responder. Simulando frotarse los ojos, se limpió las lágrimas como pudo— ¿Qué haces aquí, Kate?

Lulú se acercó a Marcos y se restregó contra su rodilla, esperando que él la acariciase. Marcos no movió un dedo.

—Llevamos más de un mes sin verte. Te echamos de menos.

—Kate, yo…

—No hace falta que digas nada, Marcos. No puedo ni imaginarme lo difícil que tiene que ser. Cada vez que veo jugar a Lulú y Blacky me acuerdo de tu Bobby, no puedo evitarlo —al escuchar el nombre de Bobby, Lulú giró la cabeza en busca de su amigo perruno. Marcos cerró los ojos, intentando aguantar el tsunami que estaba a punto de ahogarle—. Tienes el alma rota en pedazos y sé que ahora mismo nada puede recomponerla. Tan solo espero que esto te ayude a recuperar un pequeño trozo —Kate le tendió la manta.

En su interior se encontraba un pequeño cachorro blanco con ojos azules que se removió, acomodándose. Marcos lo observó impasible.

—Se lo encontró mi marido abandonado en una caja al lado del contenedor de la basura. Alguien se deshizo de él, y ni siquiera tuvo la decencia de dejarle en alguna protectora —Kate se acercó a Marcos y acarició al pequeño cachorro—. No es, ni será nunca, Bobby. Pero se merece una oportunidad, ¿no crees?

Marcos se sorbió la nariz. Alzó una mano y la acercó suavemente al cachorro, que se encogió de miedo.

—Sh, sh, tranquilo. No te va a hacer ningún daño —le susurró Kate con ternura.

Por primera vez, el cachorro fijó sus brillantes ojos azules en Marcos y lanzó un pequeño ladrido. Marcos intentó acariciarle de nuevo, y esta vez el cachorro le lamió el dedo.

—Cuídate mucho, Marcos —se despidió Kate, y sin más dilación, tiró de la correa de Lulú y bajó las escaleras. Ella tampoco quería que la viese llorar.

Marcos seguía bloqueado, sin saber muy bien cómo reaccionar. Instintivamente, se dio la vuelta y entró a su casa. Dejó al pequeño cachorro en el suelo y observó cómo se movía por el pasillo, andando torpemente e inspeccionando cada rincón del piso. Se metió al salón, inclinó sus patitas traseras y dejó un regalito en forma de charco en el parqué. Marcos cogió la fregona y lo limpió, sintiendo un déjà vu muy grande.

«No puedo hacerlo». Aún era demasiado pronto, no se sentía preparado.

Dejó la fregona en la cocina y cuando regresó al salón, no vio al cachorro por ninguna parte. Inspeccionó el pasillo en su búsqueda. «A ver cómo le digo a Kate que se busque a otra persona». Tampoco estaba en la cocina. «No tendría que haber abierto la puerta, qué gilipollas soy». Al entrar en su habitación, advirtió una forma blanca y peluda al lado de su cama. Tenía algo entre los dientes.

—¡Oye! ¿Qué tienes ahí? No me vayas a destrozar las zapatillas, que son… —pero Marcos se interrumpió de inmediato.

El cachorro había cogido la vieja serpiente de peluche y la estaba mordisqueando, tal y como hacía Bobby. Sujetándola entre los dientes, se la llevó a la camita de ochenta por cuarenta, azul marino y de una textura suave como el algodón. Parecía demasiado grande para él, pero el cachorro se acomodó en ella y siguió jugueteando con la serpiente.

Marcos se acercó despacio y, arrodillándose, observó a aquella mancha blanca y peluda. Se llevó una mano al corazón.

Clic.

—Hola, pequeña Kyra.

Algo había empezado a recomponerse en su interior.


                                            FIN


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