El Camposanto de los Libros Perdidos - Capítulo 4: el Salón de los Temas
jueves, febrero 24, 2022
4. El Salón de los Temas
En cuanto cruzamos la doble
puerta de oro, Dwarun levantó su bastón y un diminuto fuego azul apareció
flotando en el aire. La sala estaba totalmente oscura, tan solo se apreciaban
unas cuantas columnas a los lados y un suelo de impecable mármol Negro Marquina,
que acrecentaba la sensación de tenebrosidad.
Yo he de confesar que,
después de que un elfo disfrazado de árbol saliese de una enorme puerta de oro
que se había materializado en la pared, estaba un poco acojonado. ¿Qué sería lo
siguiente? ¿Un avestruz con pajarita y peluca de juez? ¿O un enorme ciempiés
con patines haciendo acrobacias?
—Esta sala fue nombrada El
Salón de los Temas —dijo Dwarun, su bastón repiqueteando contra el suelo—. Hace
la función de recibidor, y sirve como portal para viajar a los diferentes
mundos que ofrecen las historias.
Volvió a alzar el bastón y
lo dirigió al fuego fatuo, que se desplazó hacia delante y se elevó en el aire.
Cuando estuvo a unos siete metros del suelo, sus llamas tintinearon levemente y
un estallido de luz azulada inundó El Salón de los Temas.
Hostia.
¿Alguna vez habéis entrado en una catedral y os habéis sentido insignificantes ante la majestuosidad de su
estructura? Pues aquella era la sensación, pero multiplicada por mil. Lo que al
principio había sido una sala oscura y tenebrosa, ahora, bajo la intensa luz
del fuego fatuo, se había convertido en un salón de la longitud de un campo de
fútbol. Decenas de columnas blancas se alzaban a derecha e izquierda, en
contraste con el negro suelo de mármol. Al mirar hacia arriba, solté un suspiro
de asombro: las columnas no tenían fin, sino que se elevaban metros y metros
hasta donde alcanzaba la vista, fundiéndose con lo que parecía ser el mismísimo
cielo estrellado.
—Eso es el techo, Darío
—dijo Bárbara, que había soltado una risita al ver mi cara de asombro—. Lo que
pasa es que está a kilómetros de altura.
—Pero… ¿Está pintado de…?
Quiero decir… —Desde que me había metido en aquel ascensor, las palabras se me
atragantaban. Supongo que sería la incredulidad. Cogí aire—. Parece como si
estuviese mirando al cielo.
—En efecto, joven humano
—dijo Dwarun, que se había detenido—. Tanto tú como la señorita Bárbara tenéis
razón. Lo que está ante nuestras cabezas es el techo de El Salón de los Temas,
que no es otra cosa que la inmensidad del espacio.
Conseguí cerrar la boca y
tragar saliva. Volviendo a mirar hacia arriba, pregunté:
—Entonces, ¿el techo es el
propio cielo?
—Exacto. Esta sala es
extremadamente importante porque representa la infinidad, las miles y millones
de posibilidades de la imaginación humana. Y su límite, el techo, es, en
esencia, infinito.
No estaba muy seguro de
haber entendido el concepto, pero la cabeza me daba las suficientes vueltas
como para tratar de comprenderlo todo.
Qué cojones, si el que me lo
explicaba era un elfo llamado Dwarun, aquello tenía toda la pinta de ser un
sueño. Aunque parecía extremadamente real. Me pellizqué el antebrazo con
fuerza. Nada.
—… son portales a cada uno
de los universos en los que se clasifican las historias.
—Darío, ¿estás bien?
—preguntó Bárbara, que no me quitaba el ojo de encima. Parecía estar
divirtiéndose mucho con aquella situación.
—Sí. O sea, no. No lo sé.
Perdón, ¿qué decías?
El elfo chasqueó la lengua
con desaprobación y señaló con el bastón a su izquierda. Con todo el jaleo del
cielo y aquella inmensa sala, no me había fijado en las paredes, situadas a
metros de distancia. Estaban cubiertas de todo tipo de puertas: grandes, pequeñas,
de oro, de barro, con decoración, austeras, con rasguños, llenas de plantas.
Incluso había alguna que aparecía y desaparecía a placer, o que se encontraba a
varios metros del suelo, inalcanzable sin una escalera gigante.
—Estaba aclarando la función
del Salón de los Temas para ti, joven humano despistado —dijo Dwarun—. Como podrás apreciar, esta sala está
llena de puertas de todos los tipos y tamaños. Cada una de ellas representa
todo un universo imaginado, y en su interior se encuentran los habitantes de
dicho universo.
El elfo se acercó a una
puerta enorme hecha de madera antigua. Las astillas cubrían toda la superficie
y el pomo era de latón oxidado, bajo el cual reposaba una cerradura con forma
de ojo. En la parte inferior, a la altura de la cadera, un pequeño rectángulo
también de latón hacía la función de buzón, cuya tapadera no paraba de
agitarse.
—Se nota que están
alterados, hace años que nadie reclama su experiencia… —murmuró Dwarun mientras
se acercaba al buzón, que a él le quedaba a la altura de los ojos. Dirigiéndose
a mí, explicó—: Por ejemplo, tras este portal se esconden los mayores héroes y
heroínas de la historia, los cuales han realizado grandes hazañas en su propio
mundo de ficción. Todo personaje histórico y literario del pasado que poca
gente recuerda va a parar tras esta puerta.
—Entonces, ¿ahí detrás está,
por ejemplo, el Cid Campeador? —pregunté incrédulo.
—No exactamente —tomó
Bárbara el relevo—. En concreto, la historia del Cid sigue estando muy presente
en la actualidad, sobre todo porque muchos colegios lo ponen como lectura
obligatoria. Por tanto, ese personaje se mantiene vivo en el imaginario
colectivo.
Me rasqué la cabeza.
—¿Conoces, o recuerdas haber
leído alguna vez, El Sacrificio de
Phyrine?
—No —respondí.
—Ahí lo tienes. Esa historia
data del siglo XIX, y muy poca gente sabe de su existencia. La escribió Hugo
Swaddler, un colombiano bastante popular en la época, pero por desgracia su
obra no ha trascendido. Por tanto, ha ido a parar aquí, al Camposanto de los
Libros Perdidos.
Dwarun asintió ante la
explicación de Bárbara.
—Como bien dice la señorita,
un ejemplar de El Sacrificio de Phyrine
se encuentra en esta biblioteca. Sin embargo, como el espacio físico allá
arriba es limitado, todos aquellos libros con muy poca o nula demanda por parte
del cliente van a parar a este sótano. Aquí abajo se les da su lugar y se les
permite seguir vivos por si en algún momento alguien quiere recuperar su
historia.
—¿O sea que todo libro antiguo
y poco popular en el presente está en esta sala? —pregunté.
Bárbara y Dwarun asintieron
con la cabeza.
—Y… ¿cobran vida?
—Así es —dijo Bárbara—. Este
lugar se mantiene vivo gracias a la imaginación de todos los lectores que
alguna vez abrieron un libro y volcaron toda su esencia en las páginas. Aunque
lleven mucho tiempo cerrados, esa vida no puede morir y permanece aquí, en el
Camposanto. Esperando que llegue alguien como tú, Darío.
—Alguien que quiera volver a
leerlo… —murmuré, más para mí mismo que para el resto.
Un lejano relinche de
caballo se escuchó tras la puerta astillada, seguido de un entrechocar de
espadas. Alcé la vista, señalando a la puerta.
—¿Me estáis diciendo que aquí
detrás se encuentran todos los personajes literarios que han sido olvidados?
—No, joven humano —dijo
Dwarun moviendo la cabeza de lado a lado, sus labios curvados en una ligera
sonrisa—. Este es el portal hacia la temática histórica. Detrás de estas maderas
están todos los personajes literarios pertenecientes al género histórico, como
Phyrine. Cada puerta representa una clasificación, una temática diferente.
Bárbara se acercó a la
puerta contigua, que tenía un tamaño muy inferior al resto, y se agachó para
quedar a su altura.
—Este, por ejemplo, es
el portal hacia la temática infantil.
Con forma de semicírculo,
las hojas estaban pintadas con lo que parecía ser acuarela, cuyos trazos
formaban dibujos de extrañas formas.
Había un sol, una casita y una flor, pero también manchurrones negros, trazos
incoherentes y figuras inexplicables.
—Aunque hay otros
universos dedicados a los personajes de cuentos para niños, este en concreto
pertenece al de la fantasía, y está lleno de criaturas y seres absolutamente
fascinantes.
Como si hubiesen estado
esperando una señal, en cuanto Bárbara terminó la frase los dibujos de la
puerta comenzaron a moverse. El sol se escondió tras la casita y salió una luna
hecha de trazos grises; varios pétalos se desprendieron de la rosa y un
manchurrón negro y dorado convulsionó hasta transformarse en una pequeña abeja,
que se acercó a la flor y se posó sobre ella.
Wow.
—Es preciosa, ¿verdad?
—murmuró Bárbara, que había estado contemplando el movimiento de los dibujos
como una cría embelesada—. Este lugar no deja de sorprenderte nunca.
Yo asentí, y en ese momento
tres cosas sucedieron a la vez.
Bárbara alzó una mano para
acariciar la superficie de la puerta y se detuvo a medio camino, como si
hubiese advertido algo extraño.
Dwarun fijó sus ojos en algo
que había a mis espaldas, y asió el bastón con fuerza.
Y yo noté un cosquilleo en
la nuca, como si alguien estuviese respirando detrás de mí.
Me giré a toda prisa y
conseguí advertir unos finos labios curvados en una sonrisa y suspendidos en el
aire justo antes de que un haz de luz saliese disparado de la punta del bastón
de Dwarun, rozase mi mejilla e impactase contra los labios. En el acto, una
esfera transparente envolvió a aquel extraño ser que, de golpe y porrazo, se
había transformado en un…
¿Gato?
—No me lo puedo creer. Otra
vez —dijo Dwarun, acercándose a la esfera y mirando al gato con desaprobación
—. ¿Te dejaste la puerta abierta la última vez que bajaste, Bárbara?
—Imposible. La última
persona que bajó fue Rocío, y juraría que fue para desahogarse con Poirot.
Siempre ha sentido una atracción insana por ese detective.
—¡Será ruin! Me aseguró que
una usuaria había solicitado un libro histórico… Ya tendré un par de palabras
con esa jovencita, sabe muy bien cuáles son las reglas del Camposanto. ¡No
puede usarse para fines personales, esto no es un circo!
Dijo el enano disfrazado de árbol.
Aunque para ser sinceros, yo
no sabía si estaba más sorprendido por la aparición repentina de un gato o por
la conversación que estaban teniendo Dwarun y Bárbara. Decidí enfocarme en el
gato.
—Eh… ¿Podríais por un
segundo no dar por sentado que acaba de aparecer un animal de la nada?
El elfo y la joven se
interrumpieron para mirarme.
—¿Nunca has leído Alicia en el País de las Maravillas? —me
preguntó Bárbara.
—Lo sorprendente es que te
sorprendas de la aparición de un gato, después de todo lo que has visto.
El elfo algo de razón tiene.
—Sí, lo leí de pequeño
—dije, ignorando el comentario de Dwarun.
—Pues ahí lo tienes, el gato
de Cheshire. Y creo que ya sé de dónde ha salido.
Bárbara se acercó a la
puerta y metió los dedos entre el marco y la hoja, provocando que se desplazase
ligeramente. Desde la posición en la que estábamos situados, había dado la
sensación (errónea) de que la puerta estaba cerrada.
Dwarun se frotó los ojos y
se acercó al gato.
—¿Cuántos más han conseguido
salir?
El gato, por toda respuesta,
le devolvió una sonrisa retorcida.
(Continúa en: https://oliverpickles7.blogspot.com/2022/02/el-camposanto-de-los-libros-perdidos_0767029366.html)
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