El Camposanto de los Libros Perdidos - Capítulo 5: la monstruosidad

viernes, febrero 25, 2022

 





5. La monstruosidad


Y ahí me encontraba yo, buscando seres imaginarios por un gigantesco salón mágico acompañado de un elfo arbóreo, una bibliotecaria y un pequeño fuego azul que flotaba a mi lado.

Menudo chiste.

Después de que Dwarun consiguiese hacer hablar al gato de Cheshire, nos enteramos de que unos pequeños seres parecidos a saltamontes de no sé qué libro se habían colado por la ranura inferior de la puerta y la habían abierto a petición del Sombrerero Loco, que le había dado un arrebato de travesuras y quería salir a explorar el mundo real. Por suerte, instantes antes de cruzar la puerta se acordó que había dejado su sombrero a cargo de unos pajarillos para que creasen su nido dentro, y volvió a toda prisa a buscarlo, pues nadie podía verle sin su sombrero (su identidad dejaría de tener sentido: ya no sería el Sombrerero Loco, sino solamente el Loco, y bajo ningún concepto permitiría que alguien le llamase así).

Sin embargo, varias de las criaturas habían aprovechado la ocasión para salir de su universo e intentar colarse en otros, sin éxito alguno, ya que afortunadamente las otras puertas estaban bien cerradas. En el rato que llevábamos buscando, además del gato, habíamos localizado a unas brujas que se encontraban pululando por el techo, a tres de los saltamontes extraños (más que saltamontes parecían cucarachas saltarinas, puaj) y a una golondrina con un gran zafiro en la boca. Gracias al bastón de Dwarun, conseguimos encerrarlas en esferas transparentes y devolverlas a su universo, asegurándonos de bloquear la pequeña puerta semicircular.

—Santo Dios —suspiró Bárbara, secándose el sudor de la frente. Se había apoyado en la pared a descansar y tenía los mofletes rojos del esfuerzo, pues había estado varios minutos detrás de los saltamontes-cucaracha tratando de atraparlos con la mano. Una escena bastante graciosa, la verdad sea dicha—. Esto no está pagado…

—No estamos seguros de haber finalizado la tarea —dijo Dwarun, soplando el humo que salía de la punta de su bastón—. Por lo que sabemos, podría haber alguna otra criatura escondida en este salón.

—Pero si hemos revisado cada puñetera esquina. ¡Tres veces! —dije mientras me dejaba caer al suelo y apoyaba la espalda en una de las columnas—. Y pensar que yo solo quería un maldito libro…

—¡Dios mío! ¡Es verdad!

Bárbara se levantó de golpe.

—No me puedo creer que se me pasase por completo. Tenemos que encontrar el libro cuanto antes, he dejado a… —pausa— Julián arriba a cargo del mostrador.

Dwarun le lanzó una mirada cómplice; Bárbara se mordió los labios y asintió levemente.

—En marcha, pues —dijo Dwarun, golpeándome con el bastón en la pierna—. No tenéis mucho más tiempo.

Bárbara me agarró de la mano y me condujo casi al final del Salón de los Temas.

—¿Hay algún problema? —pregunté. Aquellas prisas repentinas me resultaron un tanto inquietantes.

—Sí.

—Bárbara, cuidado con lo que dices —la voz del elfo sonó amenazante.

—Qué más da, después de todo lo que ha visto —dijo ella—. Julián, el encargado de la limpieza, no es humano, sino que pertenece al Camposanto de los Libros Perdidos.

—¿Es algún personaje de ficción?

—Eso es.

La pausa que siguió a esas dos palabras me hizo comprender que no me diría de qué personaje en concreto se trataba.

—¿Y qué hace allí arriba?

—Una historia demasiado larga. —Dwarun emitió otro gruñido, pero Bárbara hizo oídos sordos y continuó—. Para resumir: hace años, el ejemplar de su libro fue maltratado y lo devolvieron con varias páginas arrancadas. Lo llevaron de inmediato al sótano, donde el personaje principal del libro cobró vida y se negó a entrar en su universo, asegurando que estaba incompleto y que no pensaba regresar hasta que arreglasen aquel desastre que le habían provocado. Así pues, el jefe de aquel entonces le permitió colaborar con la biblioteca siempre y cuando respetase las normas, y sólo mientras su libro era restaurado.

Pasamos junto a una puerta con varias “zetas” grabadas y de la que se escuchaban —lo juro— ronquidos que hacían retumbar el suelo.

—Con el paso del tiempo, los empleados se acostumbraron a la compañía de Julián y se las ingeniaron para que su ejemplar no fuese recompuesto. De esa manera, les hacía compañía y, por qué no decirlo, les salía gratis la limpieza del edificio. Han pasado varios años y Julián sigue con nosotros; nadie se ha molestado en restaurar el libro y devolverle a su universo. El problema es que, desde hace unas semanas, le ha entrado una muy mala idea en la cabeza: intenta aprovechar cada oportunidad que tiene para escaparse.

—¿Y cómo se te ocurre dejarle a cargo del mostrador? —le digo, mientras me fijo en que a otra de las puertas le han salido patas y ahora está intentando darnos alcance.

—Tengo mis propios métodos para evitarlo.

—Métodos un tanto rurales —añade Dwarun, que está apartando con el bastón unas ramas provenientes de otra de las puertas, las cuales intentaban robarle el sombrero.

Bárbara sonríe.

—Tal vez. Pero eficaces.

Parece que hemos llegado a nuestro destino, así que me guardo mis palabras y contemplo la monstruosidad que tengo delante. Porque si hay algo para describirlo es, precisamente, ese término: monstruosidad.

Lo primero, es una puerta, cosa poco sorprendente a estas alturas.

Lo segundo, es negra con tintes metálicos y de ella emana un humo negro un tanto molesto. Varias arañas recorren su superficie tejiendo sus telas, al más puro estilo Halloween.

Pero es lo tercero lo que me revuelve la tripa.

Supura sangre.

O eso parece. Por si acaso, lo pregunto.

—¿Eso es sangre?

—Me temo que sí —responde Bárbara. No parece que le haga mucha gracia tampoco.

Joder. Cuando crees que ya no te puedes sorprender más, zasca.

—No tenéis mucho tiempo. Dejaos de cháchara y entrad a buscar el libro, rápido —dijo Dwarun—. Y recordad, tan solo podéis coger uno. Aseguraos de que es el correcto.

Bárbara asintió y se aproximó a la puerta. Esperó a que una araña dejase de corretear por el pomo para abrirlo.

—¿Tú no vienes con nosotros? —le pregunto al elfo, pues su compañía, aunque un tanto perturbadora, me estaba empezando a resultar agradable.

Y por qué negarlo: tenía un bastón capaz de encender fuegos y crear jaulas esféricas transparentes. Visto lo visto, podía resultarnos muy útil.

—No. Tengo prohibido atravesar cualquiera de los portales. Os esperaré aquí.

Y sin más dilación, me empujó hacia la puerta sangrienta que Bárbara acababa de abrir.


(Continúa en: https://oliverpickles7.blogspot.com/2022/02/el-camposanto-de-los-libros-perdidos_084236694.html)


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