El Camposanto de los Libros Perdidos - Capítulo 6: el Terror

domingo, febrero 27, 2022

 




6. El Terror

Un humo tan denso como la niebla nos dio la bienvenida. Escuché cómo Bárbara cerraba la puerta tras de mí y se agarraba a mi hombro más fuerte de lo normal.

Ella también está acojonada.

Normal, porque el panorama que teníamos delante parecía sacado de una película de terror. Un largo y estrecho pasillo con varias puertas a los lados, que terminaba en una amplia estancia con chimenea. Al fondo, una escalera llevaba hasta el piso superior. Hasta aquí, todo más o menos normal.

Lo terrorífico eran los sonidos. Con cada paso que dábamos, la madera crujía bajo nuestros pies. Un constante pitido agudo parecía venir del aire, acompañado de una música a piano procedente del piso de arriba que le otorgaba a la escena un tinte aún más espeluznante. Según íbamos avanzando, escuchábamos risas, gritos o llantos tras cada una de las puertas cerradas. Todo esto acompañado de un humo fantasmal, acordémonos.

Total, que Bárbara y yo acabamos agarrados como dos críos pequeños sin querer avanzar.

Bueno, vale. Yo más que Bárbara.

En realidad, ella iba delante con la cabeza bien alta y sin titubeo alguno, y yo detrás, temblando y estrujándole la mano.

Pero ese dato no es relevante.

Cuando llegamos a mitad del pasillo, noté algo a mis espaldas. Con un grito muy poco digno, me agaché con los brazos en alto y cerrando fuerte los ojos, dispuesto a protegerme de cualquier criatura fantasmal.

—Es un gato, Darío —dijo Bárbara, riéndose.

Todavía en el suelo, entreabrí los ojos y comprobé que, efectivamente, era un gato gris saliendo de una de las puertas. Pero no cualquier gato.

—No es cualquier gato, Bárbara —dije mientras me incorporaba y trataba de alejarme de él—. Es Church. El de Cementerio de Animales.

No me preguntéis por qué lo sabía, pero lo sabía.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque lo sé.

Bárbara se encogió de hombros y continuó andando. Yo me pegué a ella sin dejar de mirar hacia atrás. Notaba cómo los ojos de aquel maldito gato muerto estaban clavados en mí.

Llegamos hasta el final del pasillo, donde se encontraba el salón. Un fuego crepitaba en la chimenea y creaba alargadas sombras en la pared. Una enorme alfombra peluda cubría la mayor parte del suelo, amortiguando el sonido de nuestros pasos. Había una televisión antigua con la estática encendida y una larga mesa servida con cubertería de plata; en el centro, un cochinillo esperaba ser devorado por los invisibles huéspedes. La estancia no tenía ventanas, pero un frío recorría todos mis huesos y me hacía tiritar constantemente.

—Darío, ni se te ocurra mirar a la televisión.

Y cómo no, miré a la televisión.

—Si te quedas mucho rato mirando la estática, puedes llegar a desaparecer.

Aparté la mirada. Me había convencido.

—B-Bárbara… ¿Qué estamos buscando en concreto? ¿Alguna estantería con libros? ¿Una pe-pequeña biblioteca? —pregunté, analizando la empapelada pared. No había ni una sola estantería; en su lugar, decenas de cuadros (la mayoría torcidos) adornaban la estancia y le daban al salón un tono tétrico.

—Nada de eso. ¿Tú querías el libro de Carrie, no?

—Sí, pero por querer pre-prefiero salir de aquí cuanto…

—Entonces tenemos que encontrarla a ella.

¿Cómo?

—¿Cómo? —pregunté—. ¿Encontrarla a ella? ¿Eso qué quiere de-decir?

—A Carrie. Tenemos que encontrarla.

Antes de que me diese tiempo a replicar, el sonido de unos cascos de caballo contra el suelo de madera nos hizo darnos la vuelta. Provenían del pasillo, pero no se veía más que oscuridad.

—No te asustes, simplemente es…

Un caballo con jinete salió de entre las sombras e irrumpió de golpe en el salón. Yo me agaché tras uno de los sillones y me cubrí las manos con la cabeza, en una espectacular demostración de agilidad y cobardía.

A la mierda toda dignidad.

Los pasos del animal frenaron; ahora solo se escuchaba su respiración, y un sonido de fricción de telas. Tras unos segundos:

—Lo siento mucho, pero no hemos visto ninguna cabeza.

La voz de Bárbara sonó templada y tranquila, pero me resultó inevitable alzar mi cabeza y echar un vistazo. ¿Qué es lo que vi? A estas alturas no se si os sorprenderá, pero creedme que verlo no es lo mismo que describirlo.

Un majestuoso caballo se encontraba frente a Bárbara, inmóvil como una estatua. Subido a la montura, el cuerpo de un hombre vestido con una larga capa de viaje. Sus manos agarraban la brida con suavidad, y sus pies reposaban en los estribos. ¿Su cara?

Buena pregunta. Del cuello asomaba la más escalofriante nada. No tenía cabeza.

—De acuerdo, si la vemos le avisaré. Sin problema. Ah, una cosilla, ¿me podría usted decir dónde se encuentra Carrie?

El jinete decapitado alzó una mano hacia el techo y luego señaló uno de los armarios del salón.

—De acuerdo, muchísimas gracias. ¡Suerte con la búsqueda de su cabeza!

Con un sacudir de las bridas, el caballo echó a galopar pasillo arriba y se perdió en la oscuridad.

—¿Qu-qué coj-cojones e-era eso? —pregunté, todavía parapetado detrás del sillón.

Bárbara se giró hacia a mí y pude notar cómo reprimía una sonrisa.

—Un jinete sin cabeza en busca de su cabeza. 1820, La leyenda del jinete sin cabeza, escrito por Washington Irving.

Ah, claro. Cómo no había caído…

—¿Y qué hacía aquí? —pregunté mientras me incorporaba, sacudiéndome el polvo de la ropa. La cicatriz de la mano me escoció un poco con el movimiento.

—Está en su universo. Darío, hemos entrado a Terror; aquí se encuentran todos los personajes más terroríficos de la literatura universal —dijo como si nada—. Pensé que te habías dado cuenta.

—¿Me estás queriendo decir que en esta casa hay monstruos?

—No pueden hacerte nada.

—¡Ah, vale, qué alivio! Estas de puta coña, ¿no?

Bárbara caminó hacia el pasillo ignorando mi último comentario.

—Eres tú el que quería leer un libro de terror. Apechuga.

—Claro… ¡Cómo no iba a caer en que, para coger un puto libro de la biblioteca, tendría que enfrentarme a gatos muertos y jinetes sin cabeza! ¡Qué iluso de mí! Oye, espérame… ¿Adónde vas?

Se había adentrado en la oscuridad del pasillo.

—A por tu libro. Se ve que Carrie está arriba escondida en un armario. ¿Vienes o te quedas ahí plantado?

Con un resoplido por respuesta, la seguí hasta el borde de la escalera y me pequé a ella. El pasamanos de madera estaba lleno de polvo, así que evité tocarlo y me concentré en la espalda de Bárbara. Cada escalón que subíamos provocaba un crujido que retumbaba en toda la casa.

—¿Estás segura de esto?—susurré. Bárbara asintió.

Al terminar el tramo de escaleras, otro pasillo se abrió ante nosotros. Las paredes empapeladas tenían rastros de arañazos y manchurrones de una sustancia indescifrable, y el aire, infectado de moscas, transportaba un olor nauseabundo. Una lámpara de aceite colgaba del techo lleno de telarañas. De la puerta más cercana se escuchaba un piano, y al asomarme me fijé en que no había nadie sentado: las teclas se movían solas.

Me pegué aún más a Bárbara.

Unos metros por delante, una figura de espaldas se encontraba plantada en mitad del pasillo, justo debajo de la lámpara. Bárbara se detuvo.

—Disculpe, ¿ha visto usted a una niña ensangrentada por aquí?

La figura se dio la vuelta a cámara lenta. Tenía la apariencia física de un aristócrata algo anticuado, con un espeso bigote blanco y barba puntiaguda. Sus ojos reflejaban una demencia alarmante, pero sonrió y dijo con voz grave y acento rumano:

—Buenas noches, bella dama. Caballero. ¿Qué les trae por esta humilde morada?

—Como le dije, estamos buscando a una niña llamada Carrie. Está cubierta de sangre, así que seguro que sabe dónde está. Ya sabe, por… —Alzó una mano señalándose la boca—. Bueno, no tenemos mucho tiempo, si pudiese decirnos en qué habitación se encuentra, se lo agradecería enormemente.

—¿Tiempo? El tiempo no existe, jovencita. No es más que un invento para esclavizarnos.

Aquel hombre se iba acercando lentamente. La luz proveniente del techo le creaba unas sombras bajo los ojos, la nariz y la boca, que le hacían parecer inhumano.

—El tiempo solo está presente en el cerebro del individuo. Un ser sumamente interesante, el humano… Huesos, cartílagos, venas, arterias y un sinfín de sangre bajo unas infames células. Todos esos elementos trabajando a la vez, compenetrados para hacer funcionar una maquinaria tan compleja. Fascinante… El único problema es que necesita un motor. Y ese motor, aceite. ¿Tenéis hambre?

Yo negué con la cabeza. Aquello no me estaba gustando nada.

—Una pena. ¿Escucháis eso? —El hombre se llevó una mano a la tripa—. Mi motor lleva meses sin aceite, y creo que va siendo hora de alimentarlo un poco. ¿No crees, Cthulhu?

Del fondo del pasillo llegaron unos sonidos particularmente extraños. Hasta ese momento no me había fijado porque toda mi atención estaba puesta en el hombre creepy, pero detrás de él apareció una criatura extraordinariamente horrorosa.

Del tamaño de un elefante, su cabeza parecía la de un pulpo asqueroso, con varios tentáculos sobresaliendo de sus mandíbulas. El cuerpo era claramente humano, pero desproporcionadamente grande, y unas alas de dragón asomaban de su espalda, plegadas. Los ojos, rojos como la sangre, parecían ávidos de alimento.

—Conde Drácula, sabe que no le va a funcionar el jueguecito —dijo Bárbara. No se había movido del sitio; sin embargo, un ligero tembleque en la voz delataba su nerviosismo—. Así que, por favor, le pido que nos deje pasar y nos ahorre tiempo.

—Ay, señorita… Cuánto me agrada ver que los humanos seguís siendo tan ingenuos. La de errores que cometéis, y seguís tropezando con la misma piedra. El aprendizaje escasea en los de vuestra especie, cosa bastante normal teniendo en cuenta la limitada…

El conde Drácula —¿en serio aquel aristócrata anticuado era el famoso vampiro?— continuó hablando, pero algo en el comportamiento de Bárbara me llamó la atención. Se había llevado las manos a la espalda lentamente y estaba alzando un dedo índice y señalando a la derecha. Yo giré la cabeza y entendí lo que quería decir. Luego cerró todos los dedos menos el índice, luego el índice y el medio, y después el índice, medio y anular.

A la de tres.

—… razón por la cual jamás podréis evolucionar hasta alcanzar la plena perfección. Una lástima.

—Toda la razón, señor conde. Pero nosotros podemos salir de aquí, y usted no.

Ups.

Bárbara alzó el dedo índice. Una.

La cara de Drácula se torció en un gesto amenazante que pronto se convirtió en una sonrisa condescendiente. La chica había metido el dedo en la llaga, y lo iban a pagar caro.

Dedo índice y medio. Dos.

—Cthulhu. Adelante, por favor.

La criatura extraterrestre había estado inmóvil hasta que el conde pronunció su nombre. Sin previo aviso, Drácula se hizo a un lado y Cthulhu se abalanzó a por nosotros.

Dedo índice, medio y anular. Tres.

Cogiendo impulso, me lancé hacia la puerta que quedaba a mi derecha, abriéndola de un golpe y cayendo sobre mi hombro. Inspeccioné rápidamente la habitación en busca de un armario, pero tan solo había una cama con dosel. Bárbara había hecho lo propio en la puerta de la izquierda, de manera que la criatura monstruosa pasó de largo y nos perdió de vista unos instantes hasta comprender qué había sucedido.

Cuando lo entendió, ya era tarde. Bárbara negó con la cabeza, dándome a entender que en su habitación tampoco había armarios, y ambos echamos a correr hacia el final del pasillo, empujando al conde contra la pared —que no se lo esperaba— y entrando en la única puerta que nos faltaba por comprobar.

Bárbara la cerró con fuerza y se apoyó en ella.

—Rápido, busca el armario.

Pero era más fácil decirlo que hacerlo. Aquella estancia era la más grande de la casa, y tenía una gran cantidad de muebles cubiertos con sábanas blancas. Empecé a tirar de las mantas, descubriendo estanterías y cajas de cartón apiladas, pero ningún armario.

—Darío, haz el favor de darte prisa.

Un estruendo contra la puerta me dio a entender que Cthulhu estaba intentando entrar. Había conseguido asomar un tentáculo por el hueco y buscaba la cara de Bárbara.

—¡Vamos!

Yo seguí tirando de sábanas sin control alguno hasta que di con un armario pegado a la pared. No era muy alto, y tenía doble puerta de madera.

—¡Aquí está!

—Ábrelo y la encontrarás.

—¡¿Y qué hago?!

—¡Tan solo tócala con la mano! ¡Se transformará en un ejemplar del libro!

Con un ligero titubeo, alcancé el pomo de metal y lo giré. Con un chirrido, la puerta del armario se abrió y dejó al descubierto a una niña pequeña, sentada en el suelo empapada en sangre y maldiciendo en voz baja. Había estado llorando. Cuando alcé la mano para tocarla el hombro, ella fijó sus ojos en los míos. De inmediato, noté una sacudida en el estómago y me encontré suspendido en el aire, como si unos hilos invisibles me hubiesen alzado, para luego caer de golpe contra el suelo. Todo se volvió borroso.

Tan solo recuerdo escuchar un grito de Bárbara. Noté cómo se alejaba de la entrada y corría hacia el armario, mientras Cthulhu destrozaba el marco de la puerta para poder entrar por el estrecho hueco.

Luego, una voz suave tratando de calmar a la niña, asegurándole que no la iba a suceder nada malo. Pasos que venían del armario y se acercaban a mí.

El rostro de una niña con el vestido manchado de sangre.

Bárbara cogiendo mi mano y rozando la mejilla de Carrie.

Mis dedos sosteniendo un viejo libro.

Oscuridad.


(Continúa en: https://oliverpickles7.blogspot.com/2022/02/7.html)


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